Madrecita

Se despertó el océano y la marea estalló contra el asfalto arrastrando a una multitud pluriforme, vibrante; la raza plebeya que navega por las tres grandes arterias hacia el centro del poder político, porque el pueblo quiere saber y el pueblo quiere mandar. Entonces, un grito de corazón: Argentina con Cristina. Así de fácil, sin vueltas, un pueblo, su líder, un diálogo, la sinfonía de un sentimiento, porque sinfonía es sonar juntos y toda sinfonía tiene varios movimientos, unos rápidos, otros lentos, otros ligeros, otros enérgicos.
Hace mucho que no veía semejante mezcolanza de clases, edades, colores, ideas que avanzaban como un torrente hasta donde podían porque las calles desbordantes, llegando hacia la plaza, no dejaban pasar un alfiler.
Caminando desde San Juan y 9 de Julio, mientras abrazaba a un pibe aparecía una mujer de unos 90 años. Así nos abrazamos a cada rato con un obrero metalúrgico o una empleada con su uniforme de McDonald 's, un vecino de Rodrigo Bueno o el investigador del CONICET, una cordobesa inconfundible o un porteño de Villa Crespo, un militante orgánico o una familia que caía sola, un muchacho en silla de ruedas, una doctora, una maestra… un hijo, una madre, una abuela.
Dirigentes a la cabeza, cabezas de dirigentes, trapos y siglas, todo rebasado, todo entremezclado, todo confundido porque así sucede cuando se levanta –desde el subsuelo, el piso y el entrepiso de la patria– ese sujeto popular que constituye la identidad de nuestro movimiento pluriclasista, multigeneracional, federal, democrático y sobre todo humano.
El movimiento, por su propia naturaleza, tiene la columna vertebral bien puesta en la clase trabajadora –tan distinta hoy a la de los cuarenta– pero también tiene en cada colectivo vulnerado una costilla. Ese es el esqueleto de un cuerpo que a veces se adormece, que necesita alguna sesión de kinesiología, que le falta una ducha fría, pero tarde o temprano despierta… y ayer despertó.
Ninguna movilización estrictamente política, mucho menos centrada en un sólo dirigente, convoca a una multitud de esas características. Cristina suscita pasiones porque es apasionada. Aunque a ella le gusta decir que piensa con las neuronas y no con las hormonas, lo que despierta es suprarracional –ojo, suprarracional, no irracional– como todos los caudillos de pueblos que en la historia de la humanidad enfrentaron a los poderosos y tiraron para los de abajo… y que a veces, como en su caso, lo hicieron exitosamente, conquistando derechos, ampliando horizontes, afianzando la justicia, fortaleciendo la patria.
La sinfonía de un sentimiento, el grito del corazón, los cuerpos que no solo lloran, que son potencia y esperanza, que son sentido e ilusión, más allá de la mera razón. Eso no va en detrimento del pensamiento pero, al decir de Carl Jung, el pensamiento es una sóla de las funciones del alma humana: el sentimiento y la intuición son tan poderosas e importantes como la razón. No se trata de meras pulsiones, sentimiento e intuición son tan vez las formas más elevadas del conocimiento humano.
El sentimiento es una forma profunda de juzgar el mundo en términos de valor, sentido, bien o mal porque lo que está faltando –más que maquiavelos– es un sentido claro de lo que está bien y lo que está mal; la intuición permite captar realidades invisibles, anticipar lo que puede venir y conectarse con el inconsciente colectivo porque hoy nadie tiene la bola de cristal y el mundo gira cada vez más rápido.
El pueblo, cuando despierta, es sabio… no sólo porque piensa, sino porque siente e intuye, porque se conecta a través de su inconsciente colectivo donde radica la memoria histórica y el recuerdo de los días felices.
Ayer se despertó el arquetipo colectivo que el pensador suizo llamaba die Große Mutter, la gran madre, con todo lo maravilloso y terrible que tiene a la vez, pero que se defiende con uñas y dientes, sin especular, porque hay amor: como dice la canción, el que no quiere a su patria no quiere a su madre; se la quiere tal como es, con esa incondicionalidad tan simple para los pueblos y tan difícil para los dirigentes e intelectuales; como Evita, Cristina es hoy madrecita. Se trata de la dimensión mítica de la realidad integral que traspasa los estrechos límites de la realidad meramente material y genera los más profundos movimientos de los pueblos.
El movimiento es el paso de la potencia al acto, decía Aristoteles; ayer bullía el movimiento; el acto es inevitable… ¿Seremos capaces de encauzarlo para abrir una nueva etapa que, parada en la memoria histórica de nuestro pueblo, vuelva más sabia y más fuerte, para recuperar el rumbo perdido? ¿Seremos capaces de convertir ese grito de amor y furor en el combustible de la Nueva Argentina que nos roban cada tanto con bombas, torturas, golpes, atentados o fallos pero que siempre siempre siempre vuelve más por la potencia de un pueblo que la clarividencia de sus dirigentes?
Porque vamos a volver, pero a la potencia-movimiento-acto que es la virtud mágica del pueblo procede una ingeniería del cambio que, aunque guiada por grandes sentimientos de amor y un profundo respeto a nuestra gente, sí es fundamentalmente racional y nos corresponde a quienes, nos guste o no, constituimos cierta “clase dirigente”.
Hoy con el optimismo de la voluntad y el optimismo de la razón les digo que sí; lo vamos a lograr, porque la ingeniería del caos, escondida en el odio gorila, tocó un cable que no debía tocar. Entonces, sí, hay que sentir e intuir, estudiar y trabajar, aguzar todas las dimensiones de la conciencia individual y colectiva, pero lo vamos a lograr.
JG
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